domingo, 11 de enero de 2015

El perro gigante

El estado de Tennessee, en los Estados Unidos, figura entre el resto del país en cuanto a temas sobrenaturales. En sus rincones nunca faltan historias sobre lugares macabros, influencia de apariciones, criaturas extrañas vagando por los bosques y pantanos, fantasmas vengativos en busca de sangre y espíritus de asesinos en serie que aun buscan víctimas. Un lugar sin duda muy “pintoresco”.
Sin embargo, la historia que más destaca en su folclore es una que hace referencia a un ente paranormal diferente, algo que los habitantes locales han apodado “Long Dog” (Perro grande, en traducción libre).

En medio de las carreteras que cortan a Tennessee, flanqueando los bosques tupidos y las regiones pantanosas, tan estériles y densas que todavía hay algunas sin explorar, se guardan historias muy antiguas. El Long Dog es una de estas.

El primer registro moderno de este ser se hizo en un periódico de la ciudad de Knoxville hace más de 160 años, concretamente en el año de 1847. El escrito daba fe de un cuerpo horriblemente mutilado que había sido encontrado en las inmediaciones de un pantano.

El cadáver, encontrado en un camino por unos viajeros, había sido cortado y mordido hasta el punto de quedar casi irreconocible. Si bien las autoridades responsabilizaron a los bandidos por el horrible crimen, los testigos se empezaron a preguntar si aquello no había sido obra de Long Dog.

Para el año 1888, en la región de Piney Flats, en el condado de Sullivan, sucedió algo con las mismas características que lo de Knoxville. Dos cuerpos, pertenecientes a un hombre y una mujer, fueron localizados en las proximidades de un camino que rodeaba un pantano. Los dos parecían haber sido atacados por perros salvajes (apodados mongrels) dada la cantidad de heridas hechas con mordidas y garras que habían quedado impresas sobre los cadáveres.

Nuevamente, la sospecha fue que habían sido asesinados por ladrones y que posteriormente una jauría de perros había encontrado los restos. Pero no fue eso lo que indicó el examen de los restos. Las evidencias forenses apuntaron a que ambos habían sido asesinados por perros, o por sólo un perro, ambos con feroces mordidas en el cuello.

La prensa exigió que se tomaran acciones urgentes. Un ataque de perros salvajes no podía tener lugar en una región que se hacía llamar civilizada, mucho menos ataques con víctimas fatales. Las autoridades convocaron a cualquier interesado como delegados temporales, a cada uno de los cuales se les pagarían 15 centavos por cada perro salvaje abatido.

Básicamente todo aquel que tenía entre manos un fusil respondió al “llamado cívico” y una gran cantidad de animales fueron muertos. Pese a la campaña, se extendió el rumor de que el responsable por las muertes no era un mongrel, mucho menos una jauría, sino un único animal, el Long Dong.

Hay otros relatos parecidos que suceden hasta nuestros días, muertes inexplicables que acaban siendo atribuidas a esta entidad sobrenatural.

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La leyenda sobre esta creatura se encuentra profundamente arraigada en el folclore de sur de los Estados Unidos y se extiende por varios estados, siendo más ampliamente divulgada en Tennessee. La leyenda tuvo su origen entre los nativos americanos que habitaban la región, mucho antes de la llegada de los primeros colonos.
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Los indios Cherokee llamaron a este monstruo “Oolonga-daglalla“, que puede ser traducido como “espíritu con dientes afilados”. Se le consideraba una especie de monstruo que vagaba por las praderas siguiendo el curso de los ríos o descansando temporalmente en los pantanos. El sonido de su rugido podía ser escuchado durante la noche, un largo lamento que helaba la sangre en las venas de quien lo escuchaba.
Este espíritu, según la leyenda, odiaba a muerte a los humanos, siendo una fuerza primal de venganza y salvajismo, un depredador feroz que cazaba y mataba a quien se cruzaba en su camino. Para algunos chamanes este ser simbolizaba la venganza de la naturaleza y de los animales cazados por el hombre.

Al paso del tiempo, el nombre fue corrompido por los blancos dejando de ser “Oolonga-daglalla” y pasando a ser llamado “Long Dog”. El nombre se incrustó perfectamente en el inconsciente colectivo de los colonos, y parecía adecuado a los ojos de aquellos que alegaban haber visto a la creatura y sobrevivido a la experiencia.

Long Dog es descrito como un animal extremadamente rápido que saltaba a grandes distancias mientras corría sobre cuatro patas. Siempre que saltaba lograba caer de pie o alcanzar una presa tan velozmente que resultaba inútil intentar escapar. Cuando el monstruo elegía un objetivo nunca lo perdía de vista, incluso si este intentaba escapar corriendo entre otras personas, la creatura jamás cambiaba de elección.

Las leyendas cuentan que el animal capturaba a sus presas y las torturaba con sus afiladísimas garras, causando dolorosas heridas, pero lo suficientemente leves como para mantenerlas con vida. Luego de rasgar la carne de la víctima, el monstruo se deleitaba lamiendo la sangre que escurría de las heridas.

A veces, el ser llegaba al punto de dejar que la presa escapara fingiendo desinterés, solamente para emprender una nueva persecución, capturarla y atormentarla una vez más. Cuando finalmente se cansaba de juguetear, Long Dog simplemente mataba, generalmente con una mordida lacerante en el cuello.

A diferencia de otros animales salvajes, el Long Dog no mataba para alimentarse o defender su territorio. Todo lo contrario, el ser sentía un placer casi humano en la caza y con la masacre de sus víctimas. Los Cherokee le temían de tal manera que evitaban ciertas partes del bosque y colocaban símbolos de protección en la corteza de los árboles a fin de mantenerlo alejado.

Aquel que sufría heridas, pero lograba escapar del monstruo, era expulsado de la tribu, pues era cuestión de tiempo hasta que el Oolonga-Daglalla regresara a terminar el trabajo. Los cazadores marcados por el monstruo recibían un cuchillo o una lanza y eran obligados a adentrarse en el bosque donde debían permanecer por 7 días.

Si en ese periodo el monstruo no los atacaba, entonces podían regresar, sabiendo que estaban relativamente seguros.

Según la descripción tradicional, el Long Dog sería un animal de grandes dimensiones, con entre 1.50 y 1.80 m de largo, las mismas dimensiones que una pantera o puma. Su cuerpo sería musculoso y ágil, las patas traseras muy largas y la cabeza relativamente pequeña, con hocico plano y orejas levantadas. En comparación, la boca sería extremadamente grande, repleta de dientes afilados.

Long Dog era una mezcla de pantera y lobo, con las peores características de cada uno de estos. Peor aún, según la tradición, los ojos de la bestia, de un color rojo amarillento, brillaban en la oscuridad como dos brasas incandescentes.

El aliento del monstruo tendría un característico olor a azufre que podía cegar. Su pelaje era muy raro, bastante pegado al cuerpo, con una característica brillante y aceitosa, casi fluida. Los rastros que dejaban cuando eran encontrados, evidenciaban una pata colosal dotada de enormes garras.

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Pero las historias sobre Long Dog no están limitadas a sus habilidades como depredador y asesino. Las leyendas cuentan que la creatura también tenía capacidades sobrenaturales. Esta sería capaz de asumir una forma incorpórea (Los Cherokee decían que se transformaba en humo) y de esa manera podía atravesar los árboles, la vegetación y hasta surgir directamente del suelo o en el propio aire.
Para otros tenía la capacidad de hacerse invisible o al menos mimetizarse en la naturaleza de tal forma que no podía ser visto, hasta que ya era demasiado tarde.

Otra horrible capacidad de Long Dog implicaba poder esclavizar a aquellos a quienes mató o de quien probó su carne y sangre.

Algunas veces, la victima de Long Dog simplemente desaparecía y nada era encontrado en el lugar del ataque más que un hedor a azufre, tierra removida y rastros de sangre. Según la leyenda, Long Dog era capaz de devorar el espíritu de su presa y después de masticarlo, devolver su cuerpo hecho de pedazos.

Como resultado, la víctima se levantaba y era capaz de andar nuevamente, aunque queda claro que no se trataba ya de una persona, sino de una abominación ni viva ni muerta. En esta condición, la víctima se volvía incontrolable y peligrosa. Como impulsada por una furia ciega, arremetía contra cualquiera que se cruzara en su camino, intentando morder y rasguñar.

En las descripciones del pueblo Cherokee, la víctima ya no era una persona, sino un “esclavo de la rabia”, que gradualmente se iba haciendo menos humano hasta convertirse en una cosa perversa con ojos sangrientos, boca babeante y que andaba sobre las cuatro extremidades.

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