miércoles, 27 de agosto de 2014

La anciana del cuadro

Los 94 años de mi abuela habían llegado a su fin, la conocí desde muy niño por la razón de que vivíamos en la misma casa. Su herencia claramente estipulaba que aquella casa quedaba a mi nombre, pero que por respeto debía dejar los cuadros y muebles donde estaban.
Siempre que de niño iba al segundo piso a llevarle una sopa a mi abuela cuando estaba enferma, pasaba por el pasillo mirando al suelo para no tener que ver el horrible cuadro colgado en la pared. El cuadro de una anciana de mirada penetrante.
Nadie nunca me contó algo de ella, pero como exigía la herencia, no debía mover el espantoso cuadro de su lugar.
Un día como cualquier otro, me levanté a preparar mi desayuno, y casi me llevo un susto con el cuadro. Veía a la nada con una mirada tan tétrica… parecía que había cambiado el gesto que mostraba normalmente, frunciendo el ceño, como intentando ver algo a lo lejos. Era sumamente espantosa.
En medio del susto, sólo reaccione echándole una sábana encima, que quedó colgando de tal forma que cubría el cuadro. Durante todo el día me pasé por el pasillo sin tener que ver ese rostro mirándome.
Ya al caer la noche, pude escuchar un ruido muy sigiloso. Al salir al pasillo para ver de dónde había provenido el ruido, pude notar que la sábana se había caído. Mi corazón dio un vuelco. Ahora el rostro de la anciana me estaba sonriendo de una manera macabra, mostraba sus malgastados dientes y se notaban exageradas arrugas en su rostro. Realmente no sabía por qué mi abuela apreciaba tanto a ese cuadro, y me intrigaba más que ella no lo encontrara horrible. Fue un martes por la mañana cuando casi me da un infarto por algo que llegué a ver.
Estaba desayunando mi clásico café y empanedado de pollo, al momento que noté una cabeza asomándose por el extremo de la puerta para verme.
Pegué un grito que se debió de haber escuchado en toda la cuadra, a la par que la cabeza se escondió rápidamente. Salí al pasillo a ver qué era lo que había pasado, pero no vi nada: nada aparte de ese horrible cuadro, que de nuevo había cambiado los gestos de su rostro.
Estaba seria.
Yo sabia perfectamente que esa cabeza que había visto era la de esta mujer; no sé cómo, pero había estirado su cuello para vigilar lo que hacía.
La noche siguiente decidí hacer algo más inteligente. Coloqué una cámara delante del cuadro, con la intención de comprobar si era de éste de donde salió la cabeza, o si en verdad el cuadro hacía movimientos extraños. La dejé grabando tres días, en los cuales salí fuera de Lima a otro departamento de mi país. Al tercer día, subí directamente al segundo piso para ver las condiciones del cuadro y de la cámara. El cuadro cambió una vez más, ahora estaba enojada, tenía una expresión llena de rabia y de furia, sus ojos brillaban de odio… ¿por qué?
Pasé a revisar lo que había capturado mi cámara en los tres días que estuve ausente. El primer día no hubo movimiento alguno hasta que cayó la noche, pude ver claramente cómo la cabeza del cuadro miraba a los lados, quizá revisando si había alguien cerca, y después vi cómo estiraba su cuello y salía del cuadro.
El cuello se estiraba y estiraba mientras la cabeza de la anciana recorría todas las habitaciones, curioseando. Cuando finalmente volvió a su postura, cambió su expresión a la de una sonrisa. A la mañana siguiente pude verla repetir el mismo procedimiento, sólo que ahora después de haber vuelto a su posición normal, empezaba a moverse más.
Estaba saliendo del cuadro.
Al salir completamente, vi que era una mujer extremadamente alta, ¡era el doble de mi estatura!; tenía que caminar agachada para no chocar con el techo. Pero su altura no se debía al tamaño de su cuerpo en sí, sino a que su cuello estaba estirado exageradamente.
La anciana se paseó en toda la casa, buscando algo… gritando el nombre de mi abuela mientras sollozaba. Al regresar al cuadro su expresión era una llena de odio —la que mantenía actualmente—.
Fue entonces que me harté. Me decidí por botar ese horrible cuadro; pero justo cuando lo retiré de la pared, la anciana sacó sus brazos a través del cuadro para ahorcarme.
Sus dedos se clavaban en mi cuello a la par que me quitaban el aire, me estaba matando, no podía respirar. Estaba a punto de dejarme vencer cuando me liberé de milagro y arrojé el cuadro. La anciana regresó sus brazos dentro del cuadro y siguió mirándome con odio, ahora desarreglada.
Llamé de inmediato a mi padre para contarle lo sucedido. Sabía que no me creería, pensaría que me estaba drogando… no fue así.
—Hijo, ese cuadro… la anciana de ese cuadro, era tu bisabuela —me dijo mi padre a través del celular que nos comunicaba.
—¿Mi bisabuela? ¡Eso no importa ahora, ¿no escuchaste lo que te dije?!
—Lo sé, es que… ella murió de una manera peculiar —me dijo con dificultad mi padre—. Ella sufría de una depresión horrible. Un día no pudo más con su soledad y se ahorcó.

Esa noticia me impactó. Está bien, que mi bisabuela se ahorcara era algo extraño, y en parte triste, pero ella quiso matarme y me costaba explicarle a mi padre lo que me sucedía. Le iba a colgar y buscar otra solución hasta que me contó una última cosa.
—Lo raro de ese cuadro, hijo, fue que lo pintó tu abuela el mismo día en que tu bisabuela se ahorcó, exactamente antes de que lo hiciera —me explicó mi padre—. Bueno, fue a petición de tu bisabuela que ella lo pintó, pues según ella, a través de ese cuadro la cuidaría mientras viviera de cualquier persona que le quisiera hacer daño… Hijo, ¿hay algo que-
Le corté el teléfono. Fácilmente podría decir que hubo un problema en la linea.
Corrí al pasillo con ligereza. El cuadro estaba vacío, el rostro de mi bisabuela no estaba. Sentí en ese momento una respiración helada a mi espalda. Ahí estaba ella.
La anciana, extremadamente alta, ángel protector de mi abuela. Me miró unos segundos con esos ojos llenos de odio, llenos de maldad, llenos de venganza. Ese cuadro veía todo, lo sabía, estoy seguro de que vio cómo yo le subía a mi abuela una sopa, una sopa cargada de veneno, y cómo hacia caso omiso a los gritos de ayuda que emitía en su agonía.
Ella sabía quién era el responsable de la muerte de mi abuela, y puede que mi abuela lo sospechaba, puede que ésa sea la razón de por qué me demandó en la herencia que mantuviera el cuadro en la casa, puede que…
La anciana empezó a ahorcarme, sentí que mi respiración se cortaba hasta que empecé a escuchar pasos en la casa que se acercaban a las escaleras. Mi bisabuela volvió rápidamente al cuadro con esa expresión de odio en su decrépito rostro. Era mi hermana que llegaba a casa, me había salvado la vida. Le pedí que tomara el cuadro y lo guardara en el sótano.
Y mientras se lo llevaba, pude ver a mi bisabuela haciéndome señas de muerte.
Nunca más volví a entrar al sótano, e incluso años después de estos sucesos, podía escuchar por la noche el ruido de la manija del sótano siendo forzada, en vano, como si alguien quisiera salir de ahí.


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No le preguntes a Jack

NADIE sabía de dónde había salido aquel juguete, ni quién sería el bisabuelo o tía lejana que había jugado con él por primera vez, antes de pasar a formar parte del paisaje del cuarto de juegos.
Era una caja de madera, tallada con adornos dorados y rojos. Sin duda, era muy bonita, o eso decían los mayores, y bastante valiosa —incluso podría considerarse una pieza de anticuario—. Por desgracia, la cerradura estaba oxidada y atascada, y la llave se había perdido hacía tiempo, de modo que Jack, el bufón, había quedado atrapado dentro. Aun así, la caja sorpresa llamaba la atención, con sus vistosos adornos tallados en rojo y oro.
Los niños no solían jugar con ella. Estaba guardada en el fondo del inmenso baúl de madera donde se guardaban los juguetes, que era tan grande y antiguo como un cofre pirata —o al menos eso pensaban los pequeños—. La caja de sorpresa estaba enterrada bajo un montón de muñecas, trenes, payasos, estrellas de papel, viejos juegos de magia y mutiladas marionetas cuyos hilos eran ya imposibles de desenredar, disfraces (un harapiento vestido de novia del tiempo de Maricastaña por aquí, un raído sombrero de copa por allá), bisutería de juguete, aros rotos, peonzas y caballitos de cartón. Debajo de todos aquellos viejos juguetes estaba la caja de Jack.
Los niños no solían jugar con ella. Murmuraban entre ellos, a solas, en el cuarto de juegos situado en el ático. En los días grises, cuando el viento aullaba en torno a la casa y la lluvia repiqueteaba sobre el tejado de pizarra y se deslizaba por los aleros, se contaban unos a otros historias sobre Jack, aunque en realidad no lo habían visto nunca. Uno afirmaba que Jack era un malvado brujo y que había sido encerrado en aquella caja como castigo por sus espantosos crímenes; otro (con seguridad, una de las niñas) aseguraba que la caja en la que estaba encerrado Jack era la Caja de Pandora y que la habían colocado allí para vigilar, para evitar que todos los males que contenía volvieran a salir de ella. Preferían no tocar siquiera la caja, si podían evitarlo, aunque si algún adulto reparaba en la ausencia de la vieja caja sorpresa —y de vez en cuando sucedía—, y la sacaba del baúl para colocarla en la repisa de la chimenea, los niños se armaban de valor, la cogían y volvían a depositarla en el fondo del baúl.
Los niños no solían jugar con la caja sorpresa. Y cuando se hicieron mayores y abandonaron la vieja casa, el cuarto de juegos quedó cerrado y prácticamente olvidado.
Prácticamente, pero no del todo. Pues todos los niños, cada uno por separado, tenían recuerdos de haber subido alguna vez al cuarto de juego a mitad de la noche, a la luz de la luna llena, con los pies descalzos. Era casi como andar sonámbulo, subiendo sigilosamente por las escaleras y avanzando por la raída alfombra del cuarto de juegos. Recordaban cómo habían abierto el baúl, rebuscando por entre las muñecas y los disfraces para, finalmente, sacar la caja sorpresa.
Entonces, el niño tocaba la cerradura, la tapa se abría lentamente y la música comenzaba a sonar, con Jack saliendo de su caja. No saltaba o se balanceaba, como suele pasar con los muñecos de las cajas sorpresa. Salía de la caja despacio y se quedaba mirando fijamente al niño, haciéndole señas para que se acercara un poco más y, entonces, y solo entonces, sonreía.
Y allí, a la luz de la luna, le contaba al niño cosas que después era incapaz de recordar con claridad, pero que tampoco conseguía olvidar del todo.
El mayor de los niños murió en la Primera Guerra Mundial. El más joven heredó la casa cuando fallecieron sus padres, aunque lo desposeyeron de ella tras sorprenderle en el sótano con un bidón de queroseno, trapos y cerillas, dispuesto a prenderle fuego. Se lo llevaron a un manicomio y es posible que aún siga allí encerrado.
Las niñas, convertidas ya en mujeres, no quisieron regresar a la casa en la que se habían criado; clavaron tablas de madera en las ventanas, cerraron todas las puertas con una inmensa llave de hierro. Las hermanas terminaron visitándola con la misma frecuencia con la que visitaban la tumba de su hermano mayor, o al pobre desgraciado que una vez fuera su hermano pequeño; es decir, nunca.
Han pasado ya muchos años y aquellas niñas son ya mujeres ancianas. Búhos y murciélagos se han adueñado del antiguo cuarto de juegos, las ratas han anidado entre los viejos juguetes que quedaron allí olvidados. Las alimañas miran sin ver los desvaídos dibujos del empapelado, y ensucian la harapienta alfombra con sus excrementos.
Y en la caja que descansa en el fondo del baúl, Jack con todos sus secretos, espera y sonríe. Espera a los niños.
Y esperará todo el tiempo que sea necesario.


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El juego del escondite

Creo que todos hemos jugado alguna vez a las escondidas. Una persona cuenta, otra persona se esconde, luego la persona que contó debe buscar a quien está escondido.
Como hija única, tengo que decir que es un juego que he aborrecido siempre… pero aquí hay una solución para quienes no tienen con quién jugar.
Sólo debo advertirte que una vez hayas empezado, deberás continuar hasta el final… dejarlo a la mitad es muy peligroso para ti y tus seres queridos. Quienes, por cierto, no deben estar en la casa al momento que juegues. Se recomienda también dejar todas las puertas sin cerrojo y mantener un celular contigo todo el tiempo, por si acaso.

Para este ritual vas a necesitar un muñeco de algodón que tenga brazos y piernas, arroz, una aguja e hilo color rojo, una taza de agua salada, un cuchillo o cualquier herramienta punzante y un lugar donde esconderte —en lo posible, una habitación purificada con incienso— que tenga un televisor en buen estado.
Extrae todo el relleno del muñeco y reemplázalo con arroz; esto representará los órganos del muñeco y atraerá a los espíritus. Corta alguna de tus uñas y colócala dentro del muñeco. Ahora cose al muñeco de nuevo utilizando el hilo, y ata el resto del hilo a su alrededor para representar a una artería, sellando así al espíritu que invocaste.
Llena una bañera o algún recipiente grande con agua y pon la taza de agua salada en la habitación donde te esconderás.
Ponle un nombre al muñeco —el que quieras, excepto el tuyo—.
Empecemos a jugar…
A las 3:00 a.m. dile al muñeco tu nombre y «es el primero». Tú serás el primero en buscar.
Ve al baño y pon el muñeco en la bañera con agua. Apaga todas las luces de la casa, ve hacia tu escondite y enciende el televisor. Cierra los ojos, cuenta hasta diez, vuelve al baño y apuñala al muñeco con el cuchillo. Ahora di, «Tú eres el siguiente», seguido del nombre del muñeco, al tiempo que lo pones en el piso del baño. En cuanto el muñeco toque el piso corre hacia tu escondite. Has roto el sello que retenía al espíritu dentro del muñeco; ahora ese espíritu está enojado, y te busca.
En tu escondite podrás sentir la presencia de lo que sea que está buscándote mediante el televisor. Éste empezará a comportarse de modo extraño a medida que «ello» esté más cerca de ti. No te muevas ni hagas ningún sonido. Si purificaste el ambiente con incienso, el espíritu no entrará.
Cuando te canses, pon en tu boca media taza del agua con sal —sin tragarla ni escupirla; así te mantendrás protegido de lo que merodea por tu casa— y, con el resto de la taza en tu mano, sal de la habitación y comienza a buscar a tu compañero de juegos. De más está decirte que no se encontrará en el baño. Cuando lo encuentres, échale el resto del agua salada y escupe sobre él la que tienes en tu boca. Grita tres veces «Yo gano». Deja que el muñeco se seque, quémalo y luego deshazte de él.
No extiendas este ritual por más de dos horas.

martes, 26 de agosto de 2014

Un pequeño informe

Este comunicado tiene como fin que a vuestros oídos llegue que voy a inaugurar un nuevo blog con historias nuevas, creaciones 100% escritas por mi mano. Eso no significa que vaya a dejar de lado el blog de los creepypastas y las leyendas, ni mucho menos. Eso sí, los creepypastas marcados como fuente propia ( es decir, los míos ) los borraré de aquí y los instalaré en el nuevo blog.

Gracias por su atención, apreciado lector/a

Firmado:
    Lemuxas XV

domingo, 10 de agosto de 2014

La pascualita

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La novia más bella de Chihuahua

Paseando por las calles de Chihuahua uno quizás pierda la noción del tiempo y ni tan siquiera se percate de que el Sol ya se ha escondido y de que las ajetreadas y transitadas calles van quedando ya solitarias, mientras se escuchan los estridentes chirridos del bajar de persianas de los últimos comercios que van cerrando sus puertas.
Quizás, y solo quizás, nuestros errantes pasos nos lleven hasta la Avenida Ocampo donde la luz brillante de un escaparate, esquina con la calle Victoria,  atraiga nuestra atención y nos invite a averiguar lo que allí se expone. Es posible que, al descubrir tras el cristal a un maniquí vestido de novia, una extraña sensación nos invada y nos quedemos contemplando durante largo tiempo hasta el más mínimo detalle de sus facciones. Puede pasar que, mientras observamos los detallados surcos que recorren sus manos, nos parezca ver por el rabillo del ojo un movimiento sutil de su cabeza.
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Con toda seguridad alzaremos la vista rápidamente y tras dudar unos segundos, sonreiremos imaginando que todo ha sido fruto de nuestra imaginación y emprenderemos de nuevo nuestro camino. Puede ser que esa misma noche, al acostarnos y volver a recordar lo sucedido, nos vuelvan a asaltar las dudas y nos sorprendamos al recordar que al marcharnos de allí el maniquí sonreía, cosa que no hacía cuando llegamos.
Es posible que al día siguiente, todavía con esa mirada de cristal en nuestras retinas, le contemos lo sucedido al camarero del bar de la esquina mientras nos sirve el primer café de la mañana y este, mientras nos da una palmada en el hombro nos felicite y nos diga:
-          Vaya, eres un hombre con suerte. No ha todo el mundo le sonríe la Pascualita.
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La leyenda de Pascualita o “la Chonita”, se ha ganado con el paso de las décadas el estar en los primeros puestos del imaginario colectivo y  legendario de México. Como toda buena leyenda que se precie, su origen es un tanto confuso y sus ramificaciones son muchas y variadas.
En su base, podemos contar que Pascualita está en el aparador de “La Popular” (que se considera la mejor tienda de vestidos de novia de Chihuahua), desde el 25 de marzo de 1930. El maniquí fue traído de Francia, comprado por la dueña del negocio, la señora Pascualita Esparza Perales de Pérez. Desde el primer día, todo aquel que pasaba ante el aparador de La Popular se quedaba maravillado por la belleza del maniquí, que no tardó en tener nombre propio. La dueña la nombró Chonita, porque había llegado a la tienda el día de la encarnación, pero el populacho tenía más fuerza y acabó por ser conocida por el nombre de su dueña, Pascualita (se puede leer que el maniquí tenía un gran parecido con su dueña, y de ahí el apodo). La cuestión es que el maniquí se convirtió en una especie de ícono, teniendo en cuenta que los maniquíes de la época poco o nada tenían que ver con éste, realizado con sumo cuidado con cera, ojos de cristal y pelo de verdad insertado de forma artesanal. No es de extrañar que se le otorgara el título de la Novia más bonita de Chihuahua, título que continúa ostentando hoy en día.
Hasta aquí, todo entra dentro de lo normal y lógico, pero en algún momento inconcreto que podríamos situar en la década de los sesenta, comienzan a circular rumores en Chihuahua sobre Pascualita que van más allá de su belleza cerúlea. Unos dicen que la han visto moverse, otros que mientras la contemplaban ella sonrió e incluso se escuchan rumores de que durante la noche, Pascualita baja de su peana y se pasea por el interior de la tienda, quizás buscando vestidos más bonitos que lucir.
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Estos rumores van a más cuando fallece su dueña, en 1967. Entonces son muchos los que aseguran que su espíritu queda encerrado en su querido maniquí y allí sigue desde entonces, mostrándose solo en contadas y sutiles ocasiones. Lejos de caer en el olvido, la leyenda de Pascualita continúa tan viva como el primer día y los reportes de gente que asegura ver sus gestos y sus movimientos continúa hoy en día.
Una mujer recibió un balazo en la calle justo delante de ella, y aseguró que fue ella, Pascualita, la que la salvó de la muerte, y como agradecimiento le enciende velas periódicamente desde entonces. Otros, enamorados quizás del maniquí, contratan a músicos para que la ronden y no se sienta sola…
Otra versión de la leyenda, no menos interesante, cuenta que la hija de Pascualita falleció el día de la boda justo cuando se encontraba ante el altar y que la madre, dolida y apenada por la pérdida, decidió embalsamar el cadáver, vestirlo de novia y tenerlo siempre junto a ella. Esta versión es poco creíble, no sólo por el hecho del embalsamamiento sino porque, al parecer, Pascualita solo tuvo un hijo y fue niño.
El maniquí, que en sus mejores tiempos llegaba a congregar a grandes cantidades de público ante la tienda, parece que también fue revisado por las autoridades, supongo que por aquello de la ilegalidad de tener a un muerto en un escaparate y el veredicto fue negativo, cera y plástico.
Fuere como fuere, la cuestión es que todos los dueños de “La Popular” han guardado celosamente el secreto de su maniquí Pascualita, y que el único milagro comprobado son los beneficios que desde hace muchas décadas le ha reportado ya que el vestido más vendido de la tienda siempre es el que luce Pascualita, pues se dice que la novia que se casa con ese vestido tiene asegurado un porvenir feliz y sin apuros.